miércoles, 15 de octubre de 2014
A las 3:58 p.m. Por Rommy Vallejo No hay comentarios
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Rafael Correa- Líder de la democracia Ecuatoriana |
Ese jueves 30 de septiembre del 2010 empezó como cualquier otro, estábamos en Palacio cuando llegaron las noticias de que los policías estaban amotinados en el Regimiento Quito; al principio nadie lo creyó y todos pensamos que era un tema de desinformación. Luego, se comprobó que había un grupo de Policías que habían cerrado el acceso al Regimiento y que había cámaras de televisión ya en el punto; el Presidente decidió que lo mejor era ir a ver qué pasaba con sus propios ojos y hablar con la Policía, con quien él asumía tener una buena relación. Todavía no estábamos convencidos que en realidad se tratara de un amotinamiento, nos parecía imposible si se hacía referencia a lo que este gobierno había hecho por la Institución: la Policía.
Paulatinamente se conoció que había otros cuarteles de Policía que se unían a los amotinados en Quito, más ciudades quedaban desprotegidas. El aeropuerto de Quito dejó de funcionar porque fue bloqueado por elementos de la FAE. En medio de este escenario, fuimos al cuartel policial y apenas llegamos fuimos recibidos con insultos e intentos de agresión. Logramos llegar a un edificio, en el cuartel, que tenía una ventana que daba hacia el patio interior donde el Presidente se dirigió a la tropa policial, su intención: reflexionar con ellos alrededor de lo que este gobierno había hecho por mejorar la calidad de vida de los policías y conocer de primera mano su malestar; pero fue imposible, era evidente que nadie quería escuchar.
Los pronunciamientos del Presidente fueron recibidos por un absolutamente desubicado y unísono grito: “Eso lo hizo Lucio” ahí es cuando el Sr. Presidente exclama “Señores, si quieren matar al presidente, aquí está”. Nos paralizamos por un momento. Nunca hubo la intención de ceder ante una protesta que sólo buscaba el caos y atentar contra el orden democrático establecido en el país.
Al momento de salir, la marcha era lenta, el Presidente caminaba con dificultad, apoyado en un bastón y custodiado por los pocos que habíamos logrado mantenernos junto a él. Un gran número de policías impedían nuestra salida. Mientras tratábamos de llegar a los vehículos, nos insultaron, golpearon y nos lanzaron gases lacrimógenos; ante la provocación, el Presidente decidió regresar, esta vez en su calidad de Comandante General de la Institución, estaba claro que no éramos nosotros quienes debíamos retirarnos.
Regresamos al cuartel, los ánimos se tornaron aún más agresivos, tuvimos que proteger al Presidente con una máscara de gas y continuamos una caminata lenta y muy tortuosa hasta llegar al Hospital de la Policía. Al llegar a la puerta del Hospital el Presidente había perdido ligeramente el conocimiento, los doctores se dedicaron a atenderlo…en ese momento, quedamos atrapados.
Una vez dentro de la habitación del Hospital oíamos a los policías amotinados, querían entrar, exigían que se derogue la Ley del Servicio Público, condición que quienes conocemos al Presidente sabíamos no se cumpliría.
Desde el Hospital y con dificultad, el Presidente pudo comunicarse con su familia y con parte de su gabinete quienes le informaron como iba la situación afuera, a través del teléfono habló con la televisión pública y pronunció palabras que retumbaron en todo el país, y que a mí personalmente, me dieron escalofrío “hago un llamado a esos policías patriotas, que son la mayoría, a volver a la normalidad. (…) Si algo me pasa, la responsabilidad es de ellos, yo envío mi saludo a mi familia. Están tratando de introducirse a mi habitación, no sé si para agredirme (…)”
Para este momento, el pueblo estaba por miles en la Plaza Grande y se organizaban para rescatar al señor Presidente, “lo tienen secuestrado en el hospital policial”, se escuchaba.
En el Hospital, los policías agredieron a periodistas, camarógrafos, funcionarios y ciudadanos; frente a esto, el Presidente declaró “estado de emergencia nacional”. Desde allí podíamos ver como llegaban grandes grupos de gente a defender al Presidente, una gran movilización ciudadana venía a defender la democracia, sin miedo, vestidos de los colores de la bandera, contra todos aquellos que desde fuera esperaban pescar a río revuelto para consolidar un Golpe de Estado en contra de Rafael Correa; la gente de a pie les demostró que esto era imposible, sin embargo, la consigna fue matar al Presidente.
Al caer la noche, cada vez era más evidente que no podríamos sacar al Presidente de allí con vida sin apoyo militar, a la salida una supuesta calle de honor formada por Policías “garantizaban” la seguridad del Sr. Presidente (nada más irónico); horas después sería claro que salir sin apoyo militar y del GIR hubiera sido suicida.
Cerca de las 9 de la noche empezaron las maniobras para rescatar al Presidente, y rescatarnos a nosotros mismos, militares llegaron a la zona del Hospital, nunca olvidaré la imagen de ese grupo de profesionales dispuestos a poner la seguridad del Presidente en primer lugar. Los militares se apostaron en las cercanías e inmediatamente fueron recibidos por fuego de fusiles y metralletas, la información era confusa solo escuchábamos disparos, gritos y dispersión.
El Grupo de Intervención y Rescate de la Policía Nacional participó también en el operativo de rescate al sr. Presidente, quien para ese entonces estaba en una silla de ruedas, lo cubríamos con nuestro cuerpo. El se negaba a salir hasta asegurarse que todos estaríamos a salvo, pero evidente en ese momento su seguridad era nuestra única preocupación, nada más importaba, ni nosotros mismos. Logramos llegar al vehículo y mientras salíamos, custodiado por los elementos del GIR una bala disparada desde el laboratorio de Criminalística (frente al Hospital) terminó con la vida de Froilán Jiménez, un colega policía, ese es un hecho que el país entero nunca olvidará.
Luego de salir del Hospital, aun custodiados por militares y miembros del GIR llegamos a la entrada de la calle Chile del Palacio; adentro lo esperaba su gente y su gabinete que durante el día entero habían estado ahí y afuera, en la Plaza Grande, una marea humana vestida de amarillo, azul y rojo. El sentimiento que me invadió en ese momento, una vez que tuvimos conciencia de que el Presidente estaba seguro, me resulta incluso hoy, 4 años después indescriptible, nuestro semblante en el rostro hablaba por nosotros. Finalmente el Presidente se acercó al Balcón y saludó a todos quienes estaban en la Plaza Grande que lucía llena y en un ambiente de defensa de la democracia.
El Presidente habló y pidió un minuto de silencio por los caídos; ese día murieron Darwin Panchi, soldado recién graduado en el Ejército de un tiro en la cabeza mientras realizaba labores de inteligencia, de civil. Froilán Jiménez del GIR mientras rescataba al Presidente, Juan Pablo Bolaños estudiante que murió en las cercanías del hospital de acuerdo con versiones de sus familiares luego de gritar “Viva la Democracia”. También murió el soldado Jacinto Cortéz, parte de las fuerzas leales que rescataron al Presidente y en un confuso incidente en el Centro de Quito murió Edwin Calderón.
Se entonaron las notas del Himno Nacional coreadas por las miles de voces que estaban en la Plaza Grande y luego aquella canción Patria tierra sagrada que ahora tomaba otra tonalidad y que se cantaba aún con más sentimiento que antes.
Al día siguiente la plaza estaba vacía y el acceso era limitado, me costaba todavía creer lo que sucedió el día anterior, se respiraba un aire totalmente distinto; este sitio tan representativo en la ciudad una vez más había sido escenario de hechos de trascendencia histórica. Días después vendrían las acusaciones al Presidente, los cuestionamientos sobre el Golpe de Estado, pero para aquellos que los vivimos de cerca es innegable lo que pasó ese día. Aquellos que quisieron revertir el orden democrático nunca contaron con que habría un pueblo dispuesto a defender a su Presidente incluso con su vida.
Lo demás queda para la historia.
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